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Alejandra Pizarnik


Hay una pequeña embarcación perdida en el mar, repleta de locos que vagaban por territorio medieval arrastrando sus pies empolvados de demencia. Puestos en un barco sin rumbo fijo, sin más capitán que el azar. Lanzados al mar, al abandono, a la muerte. Stultifera navis. En otra barca va Alejandra autoexiliada. Qué puede soñar una náufraga sino que acaricia las arenas de la orilla. Escribe en su diario. Fastidiada de navegar toda la vida en su barquita desde la cual escribió su obra dentro de la que destaca la Extracción de la piedra de la locura. Titulo que hace alusión a una operación quirúrgica de la Edad Media que consistía en la extirpación de una supuesta piedra alojada en la cabeza que al crecer, presionaba el cerebro y provocaba la locura.

La niña es tartamuda desde la infancia. Decide hablar a través de la poesía. Habla de lo que sabes. Habla del dolor incesante de tus huesos. Pero no puede hablar. Tiene que escupir palabras. Escríbele hasta que te enredes en los hilos del lenguaje y caigas herida de muerte. Tiene que cagar palabras. Hay que llorar hasta romperse. Tiene que vomitar palabras de dolor y soledad. Pero hace tanta soledad que las palabras se suicidan. Vomitar la confusión y el miedo. Dice Eusebio Ruvalcaba que hay que escribir para no morirse. Yo creo que hay que escribir para intentar matar el miedo. El miedo a tener miedo. Las ganas de no tener ganas. Querer quedarse queriendo irse.

Alejandra noctámbula. Mordiéndose las uñas mientras la gata angustia le maúlla toda la noche y le rasga la espalda, sacándola de la cama y forzándola a vaciarse en un papel. Asqueada de si misma. Te deseas otra. La otra que eres se desea otra. La boca con sabor a anfetaminas que la procuren delgada. La niña se mira gorda, se deduce fea. Esta cara no supo fascinarlo. Amo. ¿Qué se hace en este mundo cuando se ama así?.

Reventándose los dedos de tanto guarecerse en las palabras. Descarnada. Sin manos para regalar mariposas a los niños muertos. Con una necesidad imperiosa de sentirse amada. Recibe este amor que te pido. Pero no hay nada. Alguna vez está alguien, luego se larga. Has que no muera sin volver a verte. Sentada en alguna plaza, aguardando una espera que será prolongada. Sombra tu hasta el día de los días.

Leprosa de nostalgias. Reventándose de ganas por gritar desde todas las ventanas ¡Tanta vida Señor! ¿Para qué tanta vida?. Todas las mañanas del mundo abrir los ojos y darse cuenta que el día será una eterna madrugada. Razón de más para cobijarse cada noche de insomnio. Las letras se tornan precipitadas. Me quieren anochecer, me van a morir. Ayúdame a no pedir ayuda. El vaivén aumenta como un péndulo funesto. Toda la noche escucho el canto de la muerte junto al río, toda la noche escucho la voz de la muerte que me llama. La muerte que al sueño espanta. Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo y aún muerta te seguiría buscando, amor mío.....

La rabia contra ella misma. Ganas de aplastarme contra una pared, descuartizarme, ponerme una bomba. El reclamo perpetuo. Vida, mi vida, ¿Qué has hecho de mi vida?. Al borde de la locura, con la razón escurriéndosele entre los dedos. Una noche fría fue tan fuerte mi temor a enloquecer, fue tan terrible, que me arrodillé y recé y pedí que no me exilaran de éste mundo que odio, que no me cegaran a lo que no quiero ver, que no me lleven a donde siempre quise ir. Con el ave de la zozobra carcomiéndole las llagas. El ave que la mañana del 25 de Septiembre de 1972 sacude sus alas y cubre con plumas negras a Alejandra, muerta por ingerir 50 pastillas de seconal sódico que dieron fin a sus 36 años.

Ese mismo día han acudido las sombras y en una versión sacrílega de la adoración de los magos, la han ungido elegida. Le han ceñido una corona de huesos viejos extraidos de su propio cuerpo. La han nombrado bastarda heredera. Ha sido condenada a ser una miserable perpetua.



Reynel Ortiz
Texto publicado en La Jornada Morelos.



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